El surfing es un deporte en el que nadie quiere ser visto
como un novato. Sólo así se entiende que, sin saber apenas hacer un take off,
ya dominemos toda la jerga al uso, tecnicismos y anglicismos incluidos. ¿Y qué
decir de las tablas? Nadie quiere levantar sospechas en el pico, en la orilla o
directamente en el parking, portando una tabla que por longitud, formas y
volumen provoque que le identifiquen con un ‘espumilla’. Los evolutivos y
malibús están proscritos.
Yo, en este sentido,
voy a contracorriente y a mi ritmo; porque, en esta carrera frenética en busca
del control y del dominio, cuyo pistoletazo de salida se da casi desde el mismo
momento que salimos del taller con nuestra primera tabla debajo del brazo, el
surfista corre el serio peligro de perderse cosas muy importantes por el
camino.
Para poder dar respuesta a la pregunta de qué es eso tan
importante que nos estamos perdiendo, por nuestra búsqueda desesperada de
dominar la técnica y ser unos pros a ojos de los demás, no tenemos más que
echar un vistazo en la playa o vernos a nosotros mismos delante de un espejo.
Ahora que las series de muertos vivientes están tan de moda, tal vez deberíamos
acuñar el término de ‘surfing dead’ para referirnos a esos sujetos que habitan
los line up y que se caracterizan por sus nulas capacidades de interacción con
los demás o manifestación de emociones positivas dentro del agua. Lo que sea
que evidencie un mínimo de vida emocional interior sana. Quién no ha visto, o
incluso puede identificarse, con esa gente que, tras cascarse una ola de la
leche, en lugar de regresar al pico con
una sonrisa de oreja a oreja, ha vuelto con una cara de mala leche que hace que yo hasta muchas veces
me haya preguntado si no acabará de ver a su novia paseando por la orilla de la
mano de otro hombre. O ese perfil de surfista ludópata cuyo automatismo es ya
tan acusado, que no le permite siquiera saborear dos décimas de segundo la ola
que acaba de coger, pues mecánicamente va en busca de otra y otra y otra.
Experimentando un grado de alienación más propio de una cadena de producción
del siglo XIX.
El tiempo y la experiencia nos acaban dando técnica (en unos
casos, más que en otros), pero también nos arrebata de forma imperceptible
otras cosas, quizá menos intangibles, como nuestra ilusión y entusiasmo. De ahí
que muchos de nosotros, entre los que me encuentro, sintamos, aunque no nos
atrevamos a decirlo públicamente, que nunca hemos vuelto a experimentar esa
alegría interior que nos generó pillar nuestra primera ola. Porque desde
entonces hemos pillado olas mucho mayores, más largas en longitud y duración,
visitado lugares exóticos y paradisíacos, pero nada puede igualar la sensación
que nos generó nuestra primera ola fugaz en nuestra playa de toda la vida.
Hoy en día hay un auténtico boom de libros, DVD´s sobre
técnica, pero el entusiasmo y la motivación también pueden o mejor dicho deben
ser trabajados por los surfistas. ¿Dónde podemos aprender a hacerlo? Me temo
que la respuesta no va a gustarle a la mayoría de los surfistas locales. Los
que más tienen que enseñarnos son los que menos saben de técnica. En esta vida,
de todo el mundo podemos aprender algo y los surfistas novatos no son una
excepción. En sus caras de alegría, en su entusiasmo por pillar olas que
nosotros ya no valoramos, podemos descubrirnos a nosotros mismos hace años.
Surfistas inocentes, sanos y puros, libres de engreimientos y recelos de los
que, si no tenemos cuidado, nos acaba dotando la experiencia.
Los recién llegados también tienen que aprender algo. Cuidar
su entusiasmo y motivación, disfrutando de cada fase en su vida como surfistas,
viviendo el momento sin prisas por llegar a ningún lado; pues de lo contrario
corren el serio peligro de convertirse en unos surfing deads, alguien que
domina mucho la técnica pero carece por completo de ilusión.
Trabajar para mantener la ilusión intacta, como la del
primer día, todos los días de nuestra vida. Trabajar para recuperarla si la
hemos perdido. Yo estoy en ello.