domingo, 21 de diciembre de 2014

Cuanta más gente hay el pico, más quiero a mi perro



Que detrás de un gran surfista siempre ha habido un perro acompañándole es una frase que a parte de ocurrente puede tener su razón de ser. Uno de los ejemplos más claros lo tenemos en el gran Miki Dora con su Cavalier King Charles, llamado Scooter Boy. Ejemplar que le acompañaba como equipaje de mano en muchos vuelos (incluso llegó a decir que era su perro lazarillo, de ahí que Dora en sus  últimos años siempre apareciese con unas Ray-Ban Wayfarer) y que, por desgracia, tuvo un final muy trágico (para saber más se puede leer ‘Todo por un puñado de olas perfectas’ de la Editorial Fishboneproject). A nivel nacional, la adoración que algunos surfers sienten por sus cánidos ha llegado a tales extremos que incluso  quedó impresa para la posteridad en el nombre de uno de los fabricantes de tablas más importantes a nivel nacional y europeo, Full&Cas, pues Full fue el nombre de un perro de Hugo López-Asiaín, shaper y propietario de la marca.


Tampoco tenemos que irnos tan lejos para darnos cuenta de esta profunda conexión que existe entre perros y surfistas. No hay más que darse una vuelta por la playa y ver cómo muchos perros corretean por la orilla, o permanecen sentados, mientras esperan a que su amo decida dar por concluido el baño. Es más, ¿quién no ha salido alguna vez del agua y ha visto cómo uno de estos fieles animales se ha puesto a ladrarle y agitar el rabo, al confundirle con su dueño? Para los pobres, todos con nuestros trajes de neopreno, oliendo a salitre, debemos de resultar parecidos. Pese a ello, inmediatamente se percatan del error y reanudan su incondicional espera, muchas veces contra viento, marea, frío y toda clase de inclemencias meteorológicas. El surfista puede estar tranquilo porque por mucho que alargue la sesión allí le estará esperando su amigo, sin una cara de reproche ni enfado.

 Estoy seguro que, en el cien por cien de los casos, este sentimiento de lealtad, amor incondicional es recíproco. El perro aguarda, cuida a su amo, y el surfista hace lo mismo por su perro; pero hay una última barrera, un último escalón en esta relación de amistad máxima que no sé si todos los humanos estaríamos dispuestos a cruzar, como todos los perros lo hacen sin ni siquiera planteárselo dos segundos.  Si al perro no le importa lo más mínimo –y podemos estar seguros de ello-,  los estragos que el tiempo hace en nuestro cuerpo; si para ellos vamos a seguir siendo su mejor amigo ya seamos flacos, engordemos 30 kilos, nos quedemos calvos… Incluso si una quilla surcase nuestra cara y nos dejase una terrible cicatriz, él seguiría viniendo solícito a nuestro silbido con la misma alegría…  Si no nos va abandonar ya  vivamos en un loft neoyorquino o debajo de un puente de la autovía (el cenizo que inventó la frase “cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana’, jamás conoció ni sintió el amor que un perro profesa por su amo),  ¿por qué nosotros nos resistimos a pasar esta ultima barrera a la hora de elegirlos a ellos? ¿Tanto daño nos ha hecho la sociedad de consumo, que nos hace adquirir marcas, y primar la imagen por encima de valores más intangibles, pero más auténticos y duraderos, que empleamos también estos baremos superficiales para elegir también a un compañero, para seleccionar un ser vivo como si fuera un complemento?
No lo permitamos. No nos convirtamos en seres tan frívolos. Es Navidad. Muchos pensarán en regalar una mascota. Labradores, golden retriever, border collie… Pero también existen muchos perros mestizos y de raza en algunas de las perreras y protectoras diseminadas en este país que tiene el triste récord de la Unión Europea en cuanto a número de abandonos. En belleza no sé si saldrán perdiendo o ganando, pero su capacidad de amor permanece intacta y está por desarrollar. Y ese es el único pedigrí que importa en un amigo.


sábado, 13 de diciembre de 2014

Batalla perdida



 Desde hace años tengo en mi poder la autobiografía de Mickey Muñoz , editada por Patagonia, No bad waves, título que condensa a la perfección la filosofía surfera de este mito: “There are no bad waves, only a poor choice of equipment and a lousy attitude”.

Una frase que por venir de quien viene, uno de los pioneros en olas grandes, el segundo en surfear en Waimea, cuando apenas era un crío, y por su dilatada trayectoria, invita a la reflexión. Eso que rara vez hacemos en aspectos importantes en nuestra vida, en los que parecemos muchas veces engullidos por poderosas e invisibles corrientes externas ajenas a nosotros mismos;  y en los que el surf, por lo que veo, no es una excepción.
 Cada vez que voy a la playa, me sorprende la tremenda popularidad del Thruster, tabla corta, o como se llame. Un tipo de tabla cuya génesis y posterior consolidación está íntimamente ligada al surf de competición y al circuito mundial. Concretamente a Simon Anderson, que en los inicios de 1980 consiguió victorias aplastantes en Bell’s, Sydney, etc… Provocando, primero, que todos sus rivales, el resto de surfistas profesionales, abandonasen los singles, twins; y, posteriormente, que todo el mundo surfero los siguiera. Durante una buena temporada, el resto de tablas desaparecieron del mapa, y esto tuvo unas consecuencias dramáticas. Si aprender a surfear ya de por sí es difícil, el que aprendió a surfear a mediados de los ochenta y principio de los noventa, tuvo un mérito doble, pues tuvo que aprender con tablas que estaban concebidas para la competición.  Otros muchos que se iniciaron en aquella década directamente abandonaron o se pasaron al incipiente paipo, y estoy seguro que algunos de ellos volvieron al surf después de una o dos décadas, cuando el abanico de tablas volvió a abrirse, y lo primero que dijeron fue: ¡Coño, no es tan difícil cómo lo recordaba!
 También resulta llamativo ver cómo el parque móvil de una determinada marca de tablas aumenta exponencialmente en el pico en función de si el campeón mundial de turno la emplea. Al igual que cierto año que a un pro le dio por usar cuatro quillas, en lugar de tres, en los talleres locales se dispararon las demandas de esa disposición de timones. Seguramente, sin ni siquiera plantearse la implicación que esto tendría en el deslizamiento en el agua. Es como si existiese la idea demencial de que un modelo concreto, de una determinada marca confiriese unos superpoderes. Muchas veces, vemos los errores del prójimo, pero somos incapaces de ver los propios con la misma claridad. Así que hablaré de otros deportes, a ver si tengo más éxito. Esto es como si nos gustase el baloncesto y pensásemos que comprando las Nike Air Jordan nuestro nivel baloncestístico aumentase hasta cotas inimaginables. O pensando en negativo, como si creyésemos que si Jordan hubiese calzado unas Reebok Pump, Converse o  Adidas de la competencia, en lugar de sus inseparables Nike,  no hubiese ganado seis anillos ni hubiese enchufado aquel canastón en los segundos finales en Utah en 1.998, tras robar el balón a Karl Malone.

 Desde mi humilde punto de vista, el thruster es la tabla más sincera que existe y a la vez más tramposa. Válgame la paradoja. Cuando en el agua vemos a alguien hacer evoluciones increíbles con esta tabla, darle velocidad, encadenar sección tras sección, hacer maniobras y retomar el curso de la ola sin perder dinamismo, es porque este surfista tiene un nivel técnico de la leche y se merece toda nuestra admiración y respeto. Y si con esa tabla es capaz de tener ese dominio, posiblemente sea capaz de surfear bien con cualquier tabla y marca, sin que su nivel se resienta. De ahí que extrapolar que lo que funciona con un buen surfista va a funcionar con nosotros o con el común de los mortales me parece cuanto menos engañoso. También es una tabla tramposa, por esa creencia generalizada e implícita que hay creada en torno a ella, pues se le dota de unas virtudes de las que carece. Y aquí vuelvo a sacar una frase de otro mito del surf, este patrio, Manel Fiochi: ““Con olas buenas cualquier tabla, grande o pequeña vale para ir con velocidad, que es lo que hay que conseguir”. Ahora volvamos a los pros, dotados de un nivel técnico estratosférico, a los que vemos siempre en olas increíbles, muy poco parecidas a las que frecuentamos, ¿qué importancia podemos entonces dar a sus tablas en su surfing?
A veces viendo el thruster en días pequeños, o desordenados, o con marea alta y en condiciones donde si no llevas mucho volumen o te  matas a remar, la ola simplemente no te lleva, es como si viese a Fernando Alonso en su monoplaza en un atasco en la M-30. Otras veces, cuando hay excelentes condiciones, olas potentes y cañeras, y veo un thruster en manos o pies poco hábiles es como si viera a Steve Urkel con unas Nike Jordan jugando un “uno contra uno” en una cancha de Venice Beach contra Tracy McGrady.
En conclusión, ¿hay tablas que hacen que alguien malo parezca mejor o que un día de olas malas o mediocres saques petróleo? La respuesta es sí, pero no es un thruster. Y el que quiera que reflexione.