jueves, 26 de septiembre de 2013

Películas no surferas para un día plato como el de hoy




Vive como quieras



Tal vez la primera opción fuese poner aquí ¡Qué bello es vivir!, pero finalmente se optó por esta otra gran película de Frank Capra, no tan conocida (no se pone hasta la saciedad todas las Navidades), pero que igualmente sirve para inocularte una dosis efímera de optimismo antropológico, fe en la especie humana y deseo de hacer bien al prójimo. Tal y como anticipa su propio título cuenta la historia de una tan atípica como pintoresca familia cuyos miembros se dedican cada uno a hacer lo que más les gusta (bailar, escribir, fabricar cohetes pirotécnicos). La utopía de la familia se verá amenazada cuando un despiadado hombre de negocios intente adquirir su casa por todos los medios. Si a esto le sumamos que una de las nietas del patriarca del núcleo familiar disfuncional es la secretaria del hijo del magnate y están enamorados, el resultado es una de las comedias más hilarantes de la historia del cine, con el sello de buenismo tan característico de Capra.


El Último Hurra
Tras muchas deliberaciones, se ha escogido esta película de John Ford que narra, con su sobriedad característica, pero con un tono menos épico de lo habitual, el gran cambio que experimenta la política, tras la irrupción de la televisión y de los asesores de imágenes, en las campañas electorales. Spencer Tracy, aquí un veterano alcalde demócrata, se presenta a su enésima reelección. Enfrente un inexperto joven sin cualificación, valía, ni experiencia alguna, pero con un gran aparato propagandístico y la televisión de su lado. ¿Qué ocurrirá? Véanla y se sorprenderán de lo mucho que les recuerda a lo que ven cada vez que ponen el telediario y salen nuestros representantes políticos. Se ha puesto El Último Hurra, como se podría haber puesto Centauros del Desierto, El hombre tranquilo, El hombre que mató a Liberty Balance, Las uvas de la ira, ¡Qué verde era mi valle!, La Diligencia… Cualquiera es válida para amenizar un día sin olas.



El Invisible Harvey
Otra película que bien podría ser de Capra (hasta está James Stewart), sino fuera porque aquí lo que se hace es un alegato completamente irreal e ingenuo sobre los beneficios de los bares de copas y el alcohol en el individuo y las relaciones humanas, hasta se llega a decir una frase tan cuestionable como "jamás se ha visto que nadie lleve nada mezquino a los bares". Polémicas a parte, Stewart está una vez más encasillado en su sempiterno rol de tipo bondadoso, con la pequeña particularidad de que aquí su mejor amigo es… ¡Un conejo invisible de dos metros! Henry Koster dirige esta memorable comedia que reivindica el papel original y amable de los locos frente a la alienación y el estrés que experimenta el malhumorado hombre cuerdo de a pie.




Sueños de seductor
Magistral comedia en la que Woody Allen nos da toda clase de consejos sobre qué hacer y sobre todo qué no hacer para conquistar a una mujer. Homenaje a Casablanca y a Bogart para una película que no fue dirigida por Allen (su director es Herbert Ross) y que supuso la primera de las fructíferas colaboraciones entre el cómico y Diane Keaton.



El Último Boy Scout, Arma Letal, La Jungla de Cristal, etc…
¿A quién pretendo engañar? Esta lista es demasiado cultureta y al final éstas son las verdaderas películas que amenizan una jornada sin olas. Peleas, explosiones, disparos y sobre todo expresiones lapidarias que puedes usar luego en el line up como: “Soy demasiado viejo para esta mierda”, “Todo el mundo te odia. Ellos se lo pierden. Sonríe, cabrón” y “Yipikayei… Hijo de puta!”.



 

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Películas de surf para un día plato



  En las manos de Dios
  “Nunca se le ocurra hacer una película con animales, ni con niños, ni con Charles Laughton”. Seguramente que, después de ver En las manos de Dios, a ésta celebre frase de Alfred Hitchcock le añadiríamos: ni con surfistas profesionales. La única forma de ver esta película se asemeja bastante a las de las películas porno, ir directamente a las escenas de acción (de olas, en este caso), adelantando los diálogos. La sinopsis es sencilla: tres amigos surfean por el mundo, mientras se entrenan para coger olas grandes en Hawai. Además plantea cierto debate ético-deontológico muy interesante sobre si el surfista, en su intento de coger olas cada vez más grandes, debe o no ayudarse de métodos externos como motos acuáticas o  mantener la esencia del surfing y hacerlo a golpe de remada. Entonces, ¿qué falla? En descargo de Shane Dorian y compañía, diremos que gran parte de la responsabilidad del naufragio generalizado debe recaer sobre las espaldas del director, Zalma King (famoso por Orquídea Salvaje), pues, en todo momento, prioriza los diálogos pretenciosos y pseudoespirituales que no entran ni con calzador  o escenas místicas (como una que narra el delirio de uno de los protagonistas cuando coge unas fiebres) a las secuencias de olas, consiguiendo el más difícil todavía: una película de surf que no gusta ni a los propios surfistas. Para verla una y no más.

  Le llaman Bodhi
En su momento (1991) provocó más de un problema a uno, pues al pintar el mundo del surf como un santuario de atracadores de bancos, traficantes de drogas, armas, etc… o los picos como un lugar donde la gente llevaba navaja para cortarte el invento, para posteriormente esperarte en las duchas para lincharte,  nuestras madres nos decían: ‘a ver dónde vas, hijo’, ‘no te mezcles con esa gente’, ¿No prefieres hacer judo, como tu primo?. Pasa una cosa muy curiosa con Le llaman Bodhi, mientras las escenas de atracos, persecuciones están muy bien rodadas (no en vano la directora Kathryn Bigelow es toda una experta en el género de acción y ganó un óscar en 2009 por En tierra hostil) no se puede decir lo mismo de las de surf. Le llaman Bodhi comparte junto al Equipo A el dudoso honor de ser los que peor intercalan, en las escenas peligrosas, los primeros planos de los actores protagonistas con planos más generales en los que ya salen los extras. Si en el Equipo A, cada vez que tenían que doblar a George Peppard (Aníbal Smith) ponían a un tipo con una peluca blanca, en Le llaman Bodhi, en las de surf, hacen lo mismo descaradamente, pero con un pelucón rubio, lo cual en una película de Hollywood desluce y mucho el resultado. En definitiva, es una buena película, pero para ver una cinta de una pareja de polis antagónicos con bis cómica, con tiros, persecuciones y explosiones, me veo Arma Letal o El último Boy Scout, que son obras maestras del género Buddy movies, muy por encima de Bodhi.

 Blue Crush (En el filo de las olas)

 Me parece el acercamiento más equilibrado que ha hecho, hasta el momento, el mundo del cine a las olas, esto es, una película que se acerca al mundillo, pero tratando de agradar y entretener al público en general, sin que los surfistas se sientan insultados. El argumento es claramente arquetípico. El mito de cenicienta, Pretty Woman, pero trasladado a Oahu, cambiando a Julia Roberts y la prostitución, por una limpiadora de un hotel-surfer que se enamora de un jugador de futbol americano. Tiene todos los tópicos imaginables del cine, película de superación, romance, y adolece de una falta de originalidad brutal, pero se puede ver y las escenas de surf están muy bien rodadas. Para pasar una tarde, apta.

 Los Amos de Dog Town
 En términos estrictos, no es puramente una película de surf, pero como el skate surgió de éste y sus pioneros fueron surfers reconvertidos, cansados de tener que respetar las jerarquías de los picos, se puede incluir. Me quedó con las escenas de surf en el viejo muelle de Venice Beach y con la interpretación del tristemente desaparecido Heath Ledger, que hace del shaper Skip Engblom, el atormentado y alcohólico dueño de una tienda de surf llamada Zephyr. Ledger, oscarizado por hacer de Joker en el Caballero Oscuro, se come al resto de protagonistas. La escena en la que aparece tras perder la tienda, que ha cambiado de nombre, shapeando para otro, como un simple empleado, mientras escucha a Rod Stewart cantando Maggie May y le pega un sorbo a una botella, es memorable. La manda huevos que una de las mejores películas de surf sea de skate.

  El Gran Miércoles 
 Navegando por Internet, me he encontrado que esta película no suele gustar a muchos surferos. Lo cual no me sorprende dada la propia deriva de los surfistas en los últimos años, en general. Mientras en las tres primeras películas de la lista, se nos da una imagen idílica del surfista, que no para de sermonear, en cuanto tiene la más mínima oportunidad, a propios y extraños, sobre el valor espiritual de las olas o la experiencia Zen al cabalgar la tormenta cincuentenaria, en el Gran Miércoles se nos regalan perlas como “nadie surfea siempre” o “yo no soy surfer, sólo soy una basura” (Bear dixit).  Digo que no me sorprende que no guste, porque inquieta una película donde el protagonista, leyenda viviente de la playa, ‘El Rey’, como se le denomina al principio, acaba limpiando piscinas, previo paso por el alcoholismo; donde un secundario se va a la guerra y a la vuelta, se encuentra que su novia se ha casado con un meapilas; o donde Bear, el empresario-shaper de éxito, acaba limpiando la basura de la playa. Esta es la película que hubiese hecho John Ford, si el director de origen irlandés hubiese pillado olas. Sobria, contenida, sin una sola concesión al sentimentalismo.  Si en Blue Crush a la protagonista al salir de coger la gran ola, le está esperando una legión de fans para que le firmen autógrafos, o los de billabong para que firme un supercontrato; en El Gran Miércoles,  Matt Johnson, después de coger la ola de su vida, se va cojeando a casa donde le espera su mujer y encima tras regalar la tabla. ¿Dura? Aunque nos duela, de momento, por lo general, la vida del surfista medio no responde a un episodio de Los Vigilantes de la Playa. Va a ser muy difícil que se vuelva a dar una película de surf así, pues en 1978, fecha de su estreno, se juntaron dos cosas muy difíciles: alguien que sabía mucho de surf y que además sabía cómo contarlo. Al igual que algunos dicen que una vez al año ven Ciudadano Kane, El Padrino, o Qué bello es vivir, ver El Gran Miércoles de vez en cuando es todo un ritual. Y en  cada proyección se encuentran matices nuevos.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Charlie Restegui: “Lo que persigo con el Festival es culturizarnos todos para crecer como surfistas”



  El que piense que los surfistas tienen un discurso superficial y hueco debería pararse a hablar con Charlie Restegui (Santander. 1969). En apenas unos segundos, el programador del cine Los Ángeles y artífice  del Santander Surf Film Classic escupe un puñado de nombres de fotógrafos, de directores, de películas, de shapers… De referencias acumuladas durante décadas por la cultura que se genera entorno al surfing. Un saber que no duda en compartir con los demás, pues tal y como reconoce se siente en la obligación de mostrar y compartir sus tesoros. Algo que volverá a hacer –y con ésta irán ya ocho veces –en la próxima edición del Surf film Classic de 2013, que contará con el aliciente de poder disfrutar del nuevo proyector digital con el que se ha dotado recientemente la legendaria sala santanderina.
-La pasión por el cine te viene de familia, pero ¿de dónde proviene tu afición por el surf?
-Me viene porque de pequeño vivía en El Sardinero, al lado del Chiqui, en el edificio Feygón. Hace años, El Sardinero no era como ahora, entonces vivir allí era como vivir en el campo, en mitad de la nada. Los autobuses sólo llegaban hasta Piquío, Las Brisas. Estaba el restaurante Chiqui, el hotel María Isabel y poco más. Bajaba mucho a la playa. Primero a bañarme, que me encantaba. Con seis o siete años, empecé a coger olas con los famosos plankings, unos paipos de madera, bastante similares a lo que ahora llaman alaias, con mucho rocker, que comprábamos en Calín o en Godofredo. Cogíamos olas bastante buenas, porque antes había más mar, ahora El Sardinero rompe con mucha menos frecuencia. En verano siempre había dos o tres maretones, ahora puede entrar uno. Este verano ni eso. Así empecé hasta que un día, en el garaje de casa, me encontré una tabla de surf que era de uno de mis diez hermanos, que la había comprado para venderla. La cogí sin decir nada y fui con ella a la playa. Me metí unas gallofas impresionantes. Con el paso del tiempo, mi hermano me traía un montón de revistas de surf de Francia y ojeándolas me enteré que en Somo estaba la famosa tienda Xpedin de Zalo Campa y Laura. El siguiente paso fue coger la Pedreñera para ir a donde Laura a ver lo que tenían por ahí, las tablas que podían tener, las pastillas de parafina, pegatinas... La siguiente tabla que tuve, por suerte o por desgracia, perteneció al hermano de mi cuñado, un chico que falleció en Isla, aplastado por la puerta de un garaje. Era una Xpedin amarilla. A partir de ahí comencé a conocer a más gente de este rollo, a hacer vida en los bajos de El Sardinero, que tenían un ambiente surfero impresionante, con tablas colocadas de una determinada manera, también estaba el pub Sunset, donde ponían películas; cogía olas en Bikinis, que tuvo unos años buenísimos. Luego, a raíz de verlo en las revistas, me compré un  Morey Boogie, en Bahía Wind, a través de Santiago. Después, fui a Francia y me traje a Santander el primer mach 7.7 a través de un importador. Alternaba un poco todo, pero en aquellos años me decanté por el paipo, porque venía del planking y lo controlaba mejor. También hice Knee Board […]
-Por lo que cuentas, en lo referente a las olas, siempre has sido ecléctico, con una mente y un discurso muy abiertos que te hacen estar predispuesto a probar todo tipo de artefactos de deslizamiento, desde longboards, a paipos, pasando por surfear a pelo sin más ayuda que unas aletas. ¿Qué opinión te merece que la gente se decante mayoritariamente por el thruster y no emplee otra combinación de quillas, como singles, twins, quads, que parecen algo desterrados de lo comercial?
-Lo mejor es lo que a ti te haga feliz. Si tú disfrutas bañándote en pelotas, te bañas en pelotas; que disfrutas en traje de baño, en traje de baño…
Charlie, en el anfiteatro del santanderino cine Los Angeles.

-Pero ¿no crees que la gente muchas veces no prueba otras tablas porque no las encuentra en las tiendas?
-Hace unos años podría darte la razón, pero, hoy en día, tienes la posibilidad de comprar la tabla del mundo que te dé la gana y si no la tienes es porque no quieres. Es como irse de viaje. El que no viaja es porque no le da la gana. Nunca ha sido tan fácil coger un avión […]. La cuestión es que la gente tiene una tabla de surf, como el que tiene una bici, raqueta, un elemento de ocio, una cosa más, y no profundiza. Luego está el que profundiza más y tiene el surfing como algo prioritario para él. Yo el planteamiento que tengo es que voy a pasármelo bien. No es lo mismo el día que está de dos metros, que el que está de medio metro, o el que está hueco. Es como el tiempo. Si llueve, te pones un chubasquero, y mañana hace frío, y un plumífero. Y hace calor, unas bermudas. En la playa es lo mismo. Si está de medio metro, ¿qué hago?, ¿me meto con un trifin 6’0”? ¿Para qué? ¿Para que no me lleve? Me meto con un tablón, corro, disfruto. Otro día está de un metro, pues ya cojo una tabla mas corta y puedo ir haciendo otro tipo de líneas o disfrute. Cojo para lo que está. Si mañana está chopy, me puede coger un morey boggie y me bajo unas olas. Y si está orillero, ¿qué pasa, que ya no me meto? Me cojo unas aletas y me pego un baño y me lo paso bomba. Ha habido unos años en que la gente ha estado muy obcecada con el trifin y tablas muy cortas y veías días a la gente flotando en el agua y que al remar no les llevaba la ola. De diez años para acá veo que la cosa se ha abierto bastante. La gente tiene más quiver. Considero que lo importante es pasarlo bien. Es un juego y las tablas son juguetes.
-Cambio de tercio… Como experto cinematográfico, El Gran Miércoles… ¿te parece una buena película?
-Me parece una buena película que trata sobre el paso de la juventud a la madurez. Algo que el surfista siempre ha llevado muy mal. También es un buen documento que refleja la sociedad de un periodo que no es como el actual. Los surfistas del Gran Miércoles no son como los de ahora. Antes los surfistas eran tipos rebeldes que vivían de espaldas a la sociedad. Ahora cualquiera surfea. El concejal surfea, el ingeniero surfea, el padre de familia surfea… Sin duda sigue siendo la mejor película que ha tratado el tema.
-El año de realización de El Gran Miércoles es 1978. ¿Por qué en todo este tiempo ninguna película que ha tratado el tema se le ha acercado ni de lejos?
- En Internet hay una página que se llama The Inertia y sobre este tema un tío decía que el surf era muy difícil de filmar y de representar en pantalla. Hacía mención a los Fakes, esos planos en los que aparece el protagonista y de repente ves tú que es otro el que está surfeando. Esa es una de las cosas que echa a Hollywood para atrás. Otro motivo puede ser que el mundo del surf no es para las productoras un nicho interesante para trabajar. No hay un mercado importante al que dirigirse. En este sentido, puede resultar más interesante el mundo del motor, que tiene más seguidores y, por tanto, más negocio. A parte de eso, el surfing es un deporte muy pequeño y se han hecho pocas películas.
-Alguna película que recomiendes para ver un día sin olas…
-Hay una película que es muy divertida y que yo recomiendo mucho que se llama Doc Paskowitz, la dimos en el Festival, y no vino mucha gente a verla, tal vez porque era un documental. También de surf, Crystal Voyager y The Innermost Limits of pure Fun. Las dos son de George Greenough y las considero dos obras maestras. Y fuera del surf, recomiendo ‘Soy Cuba’. Me pareció muy original y buena película. Recomendar es algo muy difícil porque al final para que te guste mucho una película depende del momento en el que te coja. En una fase de tu vida igual no te dice nada, y en otra, alucinas.
-¿Puedes dar un adelanto sobre la octava edición del Santander Surf Film Classic?
-Probablemente lo que tenga en esta edición vaya a ser un fotógrafo que se llama Steve Wilkings. Si no se tuerce el asunto, va a ser a él al que le vamos a dedicar el espacio expositivo. Es un fotógrafo principalmente de los años setenta que trabajó para Surfer Magazine. Tiene muy buenas imágenes y no está suficientemente reconocido ni es conocido por el gran público. Le quiero mostrar, tiene un trabajo maravilloso.
-El año pasado conseguiste traer ni más ni menos que obras de Art Brewer desde California y las expusiste en el Palacete del Embarcadero, ¿hay algo que siempre hayas querido hacer y de momento se te resista?
-No. Lo que sin duda más me ha gustado traer ha sido la obra del fotógrafo Ron Stoner, que, para mí, es mi favorito con diferencia, y al final mejor o peor fue algo que conseguí. Me costó muchísimo.
-¿Hacer un festival de surf, que este año cumplirá su octava edición, a qué responde más, a una cuestión empresarial o emotiva?
-Surge porque me siento en la obligación de mostrar y compartir mis tesoros. Creo que siento la obligación de enseñar lo que yo he descubierto. Cuando veía una película, escuchaba un disco disfrutaba tanto, que me decía: “Jo, esto es tan maravilloso, que tiene que encantar a todo el mundo”. Lo que persigo un poco con el festival es culturizarnos todos para crecer como surfistas. Para conocer más, hablar entre nosotros o simplemente alguien que se quiere comprar una tabla sepa qué tabla le conviene más para el tipo de surf que hace, las olas que coge. Lo mismo que traigo un fotógrafo puedo coger y hacer una retrospectiva de los de aquí, pero ya nos conocemos todos; lo que trato es que la gente descubra cosas, vea el surfing desde otra perspectiva del tiempo, que sepa que el surfing no es solamente hoy, que lleva cuarenta años, que para llegar hasta donde estamos hoy han pasado unas cuantas cosas que han influido para que estemos aquí ahora, y que, dentro de otros diez años, la cosa seguirá evolucionando.
-En este sentido, antes has comentado, por ejemplo, que al proyectar la película Doc Paskowitz no acudió mucha gente al cine, ¿no resulta a veces frustrante partir de este deseo de compartir con los demás  algo que te ha gustado y encontrarte luego con falta de respuesta o la sala a medio llenar? Eso ¿cómo lo llevas?
 -Mal. Para mi hacer todo esto supone un esfuerzo de la leche. Sobre todo al principio; ahora ya menos. Yo no hago esto para ganar dinero. No me gusta que se metan las marcas y menos las de surf, para que me digan cómo tengo que hacer el cartel, a quien tengo que meter, o que me digan: ‘pon tal peli porque sale uno de mis patrocinados’...
-Visto lo que demanda el público, ¿no crees que deberías poner más películas de surfistas profesionales o de olas famosas en lugar de documentales más profundos?
-Yo lo que trato es de traer lo mejor que hay a nivel mundial. Lo mejor que haya y que yo me lo crea. Luego puede haber películas que a mí no me gustan, pero que considere que pueden ser de interés para un determinado público. De lo que se hace en la actualidad hay cosas que se hacen que son muy bonitas y otras que son excesivamente coñazo. A parte, cada vez es más difícil hacer un festival y sorprender cuando compites con una herramienta que se llama Internet, que mañana hay un baño espectacular en Teahupoo o donde sea y a la hora y media tienes una edición de muy buena calidad colgada.
Póster de la quinta edición del festival, dedicada al fotógrafo Jeff Divine.












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