sábado, 27 de octubre de 2012

Piaget, conflicto cognitivo y tablas de surf

Muchas de las ideas generalizadas que circulan hoy en día sobre las tablas no merecen ni ser consideradas conocimientos, pues se basan en creencias, opiniones, mitos, falsas realidades, suposiciones, especulaciones y sobre todo prejuicios.
 “El Malibú es una tabla para aprender”, “El fish es para días de verano”, “El thruster es lo mejor y más veloz que existe”, “el single culea y no se agarra a la pared”. Estas afirmaciones caerían por su propio peso, mediante la pura y dura experimentación, que generaría en la gente lo que Piaget denominó conflicto cognitivo: Fenómeno psicológico de contraste producido por la discrepancia entre las preconcepciones y significados previos de un sujeto en relación con un hecho, concepto determinado y los nuevos significados que se presentan en el proceso de enseñanza y aprendizaje.
 Por encima de lo que nos cuenten, como más se aprende es probando, y probar tablas diferentes lleva a producir respuestas y conocimientos y a no a seguir mecánicamente las respuestas impuestas por los otros. Experimentar genera un desequilibrio entre lo que creemos que sabemos o conocemos y nuestros esquemas mentales entran en contradicción. Investigar es lo que nos lleva a descubrir y a aprender. Y son precisamente estas lecciones extraídas del cuestionamiento de nuestros principios previos las que nunca se olvidan.

 Desde luego, choca que los que más creen saber de tablas y se dedican a elevar a unas al nivel de cúspide de la creación y a defenestrar a otras a la categoría de vehículo de pardillos y puretas jamás hayan probado ninguna otra distinta a la que tienen y  no sepan diferenciar un squash tail de un square tail y sus repercusiones, en el agua, a la hora de ejecutar giros. Para ellos, como un marine que acude al peluquero, el no va más de tener la mente abierta y probar cosas nuevas consiste en encargar una nueva tabla exactamente igual a la anterior una, dos o cinco pulgadas abajo. Y no les saques de ahí…
  El Malibú y el Fish son tablas con una gran historia, con identidad y personalidad suficientes como para no ser consideradas  como un mero complemento de temporada veraniega (un pareo) o un elemento iniciático, un escalón -cuanto más transitorio mejor- por el que hay que pasar obligatoriamente para llegar a un objetivo supuestamente más elevado y definitivo. Son tablas tan potentes, veloces y deslumbrantes que tienen un lenguaje propio. Su manera de deslizarse, de ejecutar las maniobras y de fluir es única e inigualable, independientemente de las condiciones  del mar y de calidad o experiencia del surfista. Se puede ser un malibulero experto y se puede bordear con un fish olas potentes.
 El thruster es una opción más en el amplio abanico de opciones en el mundo de las tablas, ni más ni menos, y, en su momento, supuso toda una revolución, fundamentalmente en el surf competitivo. Su enorme maniobrabilidad, unida a su tracción, permitía ejecutar maniobras en partes de la ola donde antes era impensable. También su forma y su tamaño reducido permitían ejecutar el pato o la cuchara, en detrimento de la tortuga, con lo cual se podía retornar al line up en un tiempo récord. El impacto del thruster fue tal, que barrió durante un tiempo al resto de tablas del panorama y en las playas no se veía otro modelo ni otra combinación de quillas.
  En un mundo, donde el 99,9999% de los surfistas no compite resulta curioso que la gran mayoría se decante por una tabla maniobrable, como si el surfing fuese como el skate y contase exclusivamente hacer trucos y la variable “diversión” no se tuviese en cuenta en el mundo del surf aficionado. Una de las esencias del surf es el fluir y deslizarse por las olas, encadenar sección tras sección; y en eso, el thruster no es la mejor y con diferencia. Ni tampoco es la tabla más polifacética y versátil. Por lo que no se entiende que algunos la tengan como única opción en un quiver más pobre que el fondo de armario de un preso de Guantánamo y en unas costas donde los días perfectos son más bien limitados.
 El thruster es considerado por algunos como el fin de la historia del shape; pero ni es la panacea ni es el no va más de la hidrodinámica. Tiene limitaciones y lo más importante: autolimita. Mucha gente se estanca, mientras sufre viendo a los pros volar con ellas, sin comprender que hay otras opciones, tablas que te ayudan, que hacen por ti lo que tú no sabes hacer con ellas o lo que las olas no te permiten  ese día por falta de fuerza, exceso de velocidad de la rompiente, etc...

 Esperemos que las futuras generaciones se dejen llevar menos por las modas y adopten criterios más prácticos o lúdicos a la hora de decidir con lo que se meten en el agua, olvidando prejuicios, conocimientos previos de dudosa validez…
  Todo un Nat Young tuvo que rectificar cuando a finales de los años sesenta certificó el fin de la era de las tablas largas y la muerte del surf de la vieja escuela y el noseriding. Y no porque abanderara años más tarde el nacimiento del Circuito Mundial de Long, sino porque resulta mucho más racional su idea de “emplear el vehículo apropiado para cada situación”… A lo cual habría que añadir: “y para cada surfista y tipo de surfing”; y esto, en ocasiones, implica usar un fish, un malibú, un longboard…

sábado, 6 de octubre de 2012

Tres años sin The Flying Longboarder

 El tiempo pasa que es una barbaridad. ¡Ya han transcurrido tres años desde que se anunció el cierre de la tienda The Flying Longboarder! He considerado oportuno repescar algo que escribí en su momento y que salió en otro espacio de internet ajeno. La extinción física de un espacio puede llevarnos a la errónea impresión de que  lleva consigo un final definitivo. Posiblemente, esto ocurra con el 99,9% de los negocios, pero Flying era algo más que una tienda donde se vendieran cosas, detrás había una filosofía, un espíritu de vivir el surfing y de deslizarse por las olas, el derecho a reivindicarse diferentes y de querer salir de la norma del thruster y de las pasajeras tendencias del parking de la playa... Y eso tres años después, al menos en mí, sigue muy vivo.

Réquiem por una tienda de surf

La noticia del cierre de The Flying Longboarder (tienda de surf, librería y galería de arte, ubicada en Comillas hasta finales de año) ha supuesto para mí una tremenda bofetada que ha sacudido mi conciencia. Lo fácil sería aquí despotricar contra el grado de alienación, la uniformidad y el conformismo reinantes en una tribu que, desde su orígenes modernos, se relacionó con la rebeldía ante las pautas de la sociedad  y que, hoy en día, es incapaz de valorar y apreciar una propuesta alternativa, independiente e innovadora…Pero no van por ahí los tiros (sospecho que ni yo mismo he escapado de este fenómeno). Yo hoy escribo para entonar el mea culpa. 
  Me siento en parte culpable del cierre de un sitio así; y es que una y otra vez me pregunto si habré hecho yo todo lo posible para que el negocio de Florián tuviera una vida próspera y larga. Y creo que no.
 Me he cansado de felicitarle por su increíble gusto, la esmerada decoración de su tienda, por las exposiciones y las fiestas, en las que, con música de jazz de fondo, se hablaba de olas con una pasión, tranquilidad y buen rollo inusitados. Frases como “ya era hora que hubiese algo así por aquí”, apuesto que las habrá escuchado Florián decenas de veces, qué digo decenas de veces, ¡Centenares de veces!, desde que abrió.
 Pero seamos sinceros, realistas, tengamos los pies en el suelo, esto no es o no era suficiente. ¿Acaso se pagan los alquileres, la luz, el agua o un sueldo justo con un par de enhorabuenas, o palmaditas en la espalda, diciendo lo bueno, original y auténtico que tú eres y lo comercial que son todos los demás? ¡No! Se pagan con euros, con los mismos euros que he tirado durante lustros en boutiques surferas,  para acabar adquiriendo una sudadera hecha en serie y que además de hipercara  estará pasada de moda dentro de tres meses.

 Ante esta caducidad y falta de originalidad,  Florián apostaba (se me hace raro hablar en pasado) por términos como vintage, atemporalidad, old school…  Conceptos aplicados a todos los productos que se vendían en su tienda, desde los libros hasta la ropa, pasando por supuesto por las tablas de surf. Tablas de surf que, por desgracia, no han escapado de esta especulación voraz por parte de las grandes marcas, que están intentando aplicarlas con más o menos éxito los mismos valores efímeros característicos de sus colecciones de ropa. Tablas sin encanto, clonadas, con una fecha de caducidad que no va más allá de un invierno: todo hecho en definitiva para que consumamos… Frente a esto, Flying nos recordaba que la tabla  “no es cualquier cosa, es el objeto más esencial que tenemos para conseguir lo que estamos conquistando. Y también es el objeto que nos une físicamente al agua, a la energía de la ola”. Tablas duraderas, con encanto, piezas únicas como las obras de arte que colgaban de las paredes de Flying.  Joao Catarino, Gómez Bueno, Manolo Yllera, Héctor Barrero, David Le Saint, Jo Bradford, son sólo algunos de los artistas que expusieron a lo largo de los casi dos años de vida de esta inolvidable Surf Shop.
 Como se puede apreciar, The Flying Longboarder defendía conceptos diametralmente opuestos al usar y tirar promovido por la actual industria surfera, más preocupada en hacer caja, en lanzar puntualmente sus dos temporadas al año, que sólo sirven para aumentar los stocks, los outlets,  que en transmitir un mínimo de valores genuinamente surferos.
El cierre de Flying es mi fracaso. El fracaso de toda una generación surfera (la de los nacidos antes del ochenta) que, desde su madurez, tenía que haber sabido apreciar esta propuesta, para dejarles una alternativa a los que vienen detrás. Espero que Flying siga volando, y si no encuentra aquí el lugar que se merece, emigre hacia nuevas latitudes donde haya gentes con la  sensibilidad y valentía suficientes para darle la próspera y longeva vida que aquí se le negó.
  Gracias, Florián… y perdón.